
Responde al reto del brindis con un vino delicioso e inusual, y cuando aplaudimos la envidiable terraza del piso en el que vive, nos contesta con una azotea sobre un horizonte de tejados que haría las delicias de Antonio López, y un viento canalla que no sabemos si lo imaginó Buñuel o Sabina, pero que con toda seguridad es, como casi todo lo bueno de Madrid, venido de fuera.
Si elogiamos el vestido, resulta que su madre los hace, y luce uno distinto para cada dibujo, a cual más vistoso y dibujable. Y si reconocemos el suave erotismo de alguna pose, hasta se atreve a incorporar trasparencias a su indumentaria.
Sin duda, Victoria hace honor a su nombre, y por eso nos alegramos de haber jugado con ella al juego de la musa y los artistas: porque es un juego en el que todos ganan.
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