Desde la primera pose sabemos que estamos ante una modelo capaz de mantener el control sobre la propia figura, y capaz de capturar y proyectar un personaje sin fisuras en función de lo que en cada dibujo necesitemos.
Es toda una lección comprobar que el erotismo no es necesariamente el desnudo, sino más bien una exaltación consciente de la propia belleza. Sorprende encontrar a una persona simpatiquísima y accesible entre destellos de walquiria, de trabajadora soviética, o de francesa intemporal de mirada perezosa y adusta. Porque en cuanto oye la palabra "tiempo", vuelve a convertirse en un arquetipo épico e inaccesible.
Aceptamos el reto: si el erotismo no siempre requiere desnudar el cuerpo, el retrato siempre exige desnudar el alma del retratado, y en esa superposición entre la imagen proyectada y la persona que se imagina en el papel, allí nos encontraréis, dibujando a quien quiera invitarnos.
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